viernes, 12 de mayo de 2017

Escalera de oraciones

Nadie se lo había dicho nunca, pero siempre comprendió que hay un antes y un después de haber vivido semejante experiencia. Sabía que nada vuelve a ser lo mismo cuando todo ha concluido y no queda ninguno de los suyos en la calle. Esa ocasión fue como las precedentes, como si su propia vida se acabase y milagrosamente volviese a comenzar en un abrir y cerrar de ojos que venía a durar algo más de seis horas. Tiempo de sobra para convocar a solemnidad los más recónditos sentimientos y las más íntimas plegarias con las que tejer un purificador reencuentro con lo metafísico de su pasado, presente y futuro. La fría noche, sabedora de las verdades de cada uno, transcurrió como un hondo y largo suspiro. Como si el novísimo aire inspirado le reformara por dentro hasta las mismas esencias del espíritu, y el viejo aire expulsado alejara para siempre todo lo miserable que era capaz de albergar cual criatura imperfecta nacida de la misericordiosa voluntad del Padre.

Aquella vez, justificadamente apartado de la calurosa compañía de su Madre celestial, como un humilde Nicodemo que se reviste con el pesado  manto de una desconocida incertidumbre, cruzó gravemente la eterna Madrugada portando enérgico y convencido una escalera de madera oscura con la que ayudar honrosamente a iluminar el difícil y tormentoso camino del Señor, pero también con la que elevar sus más puras y preciadas oraciones a la mansedumbre del serenísimo rostro de aquel Dulcísimo Jesús Nazareno. Luz y oraciones. Oraciones para encontrar la luz necesaria. Luz para entender el último sentido de lo que sólo puede conjeturarse más allá de la implorante rogativa.

Foto: Fran Silva

Así atravesó en meditación el inconfundible laberinto de la ciudad hasta llegar a la gigantesca y apabullante Iglesia Catedral donde aguardaba inconmensurable, su Divina Majestad en el refulgente Monumento preparado para el acontecimiento. Allí fue el silencio, el inmutable silencio que parecía como si la faz entera de la Tierra contuviera el aliento hasta sus más abismales confines. Allí fue la doble genuflexión presentando confiadamente el alma ante el supremo Hacedor a modo de respetuoso y reverencial saludo.



Ya de vuelta, recién recogida la misteriosa estantigua en su modesta capilla, cuando pudo volver la vista atrás por primera vez, todavía abrazado al particular recogimiento que le imbuía, y cubierto por la densa oscuridad que invadía las naves, sólo débilmente afligida por las argénteas luminarias del paso del Señor, se detuvo petrificado con los ojos abiertos de par en par al comprobar que a lo largo del camino habían quedado esparcidas, como las sacras cuentas de un rosario de amor, todas aquellas súplicas por cada ausencia de los suyos, todos los ruegos por tantas intenciones, por tanta necesidad, tanto vacío y soledad. En verdad pareciera que no habían subido por aquella escalera como él hubiera deseado, porque allí mismo, después de haber seguido sus pasos con el mayor sigilo posible, permanecían mirándole de pie en la puerta, leales y complacidos, sus seres queridos que ya fueron llamados al cielo, acabando de recoger cuidadosamente las mismas cuentas de sus oraciones para tomarlas como propias y mostrarlas ante Dios; y al fin, para custodiarlas sine die mientras a él se le concediera la gracia de continuar su existencia, la que justamente venía ocurriendo los últimos años, entre el indefectible final de una hermosa Madrugada y el anhelado principio de la siguiente.

Foto: Aguilar Ariza