lunes, 16 de diciembre de 2013

El hijo del enterrador

El Asilo del Port, ubicado entre el puerto y la falda de la montaña de Montjuich, era una institución que formaba parte de la red de Beneficencia Infantil de Barcelona, adonde iban a parar los niños huérfanos o aquellos delicados de salud cuyas familias no podían procurarles las atenciones necesarias. “El hijo del enterrador” cuenta una historia real, la de Jordi Guardiola Dumé, que a finales de la década de los cincuenta sobrevivió a su internamiento durante tres años en el Asilo del Port. El libro se desarrolla a través de la mirada de Jordi, un niño de ocho años, enfermizo y débil, que traba una amistad fraternal con otros dos chicos del internado: Eloy y Ricardo.

Jordi es hoy un hombre de sesenta y dos años que no ha podido arrinconar aquel imborrable periodo de su vida, ni ha querido enterrar el recuerdo de esa especie de familia que formaron los tres niños, quienes al igual que tres hermanos se confabularon cuando hizo falta, se consolaron en los momentos de desesperanza, y aprendieron juntos a reírse de ellos mismos y a ser felices pese a tenerlo todo en contra. Sus recuerdos novelados conforman esta historia, que es también un retrato de la Barcelona de la década de los cincuenta, una ciudad en la que no era fácil sobrevivir para las clases trabajadoras más desfavorecidas.

José Luis Romero ofrece un relato duro pero entrañable. Son las primeras palabras que se me vienen a la cabeza haciendo balance después de haber leído este libro hace muy pocos días. De la mano de nuestros protagonistas el lector será testigo de la rivalidad, abuso y maltrato de los más grandes y fuertes hacia los más pequeños, y del apuro de los tres chicos para escapar a todas esas dificultades. Como hemos dicho, es una novela dura pero a la vez cordial que nos muestra la cara menos amable de la relación de los chicos con las severas Esclavas del Corazón de María, orden religiosa que tutelaba el Asilo con una férrea disciplina. En definitiva, se trata de una cruda historia de niños junto a sus familias tratando de salir adelante con lo poco que había. A nadie puede dejar indiferente porque esa era la realidad –sin elemento alguno de ficción- y así fue como sucedieron las cosas en aquellos días. 


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