sábado, 22 de septiembre de 2012

La vergüenza de hablar bien

Se me escapan las razones últimas por las que algunos prefieren hacerlo mal pudiendo hacerlo bien. No es cuestión de volvernos pedantes o empalagosos usando la lengua de Cervantes, pero tampoco se ha dicho que sea necesario involucionar hasta llegar a los gruñidos para entendernos como lo hacía nuestro antepasado Australopithecus porque esto resulte ser más cómodo. Si hemos evolucionado en tantos aspectos de nuestra sociedad (medicina, ingeniería, educación, alimentación, etc…) que permiten una mejor gestión de nuestras actividades, ¿por qué no aceptamos como herramienta útil, si no la más útil, la evolución de nuestro idioma para una mejor y más efectiva comunicación?

Soy de la opinión de que precisamente en la comunicación se halla un alto porcentaje del éxito posible de cualquier relación humana por muy compleja que pueda ser a priori. En la buena comunicación de las personas se encuentra el secreto de que las cosas funcionen adecuadamente. Y para comunicarse, el mensaje que enviamos a nuestro destinatario ha de ser el más correcto empleando los elementos lingüísticos necesarios y hasta los más precisos. No hay que escatimar en esfuerzos a la hora de expresar nuestras ideas lo más acertadamente posible a fin de que nuestro interlocutor sepa con la mayor certeza cuáles son nuestros pensamientos o nuestras inquietudes.


Siempre nos han enseñado que la lectura frecuente fomentaba nuestra capacidad lingüística y con ello nuestras posibilidades de expresarnos oralmente más y mejor. Sin embargo, me atrevo a añadir que también hace falta una actitud proactiva por parte del interesado por aumentar dicha capacidad. Es decir, debemos hacer pequeños esfuerzos diarios por expresarnos mejor, por encontrar en cada momento aquella palabra que mejor se ajuste al concepto que queremos comunicar. Lo he podido comprobar a lo largo de mi vida: cuanto más correctamente se expresa alguien, mejor le entienden los demás y mayor es la comunión de ideas. Sin embargo cuando el lenguaje empleado carece de sustantivos, verbos, adjetivos y pronombres adecuados, la comunicación es tan pobre que las personas llegan a no entenderse haciéndose desconocidos unos con otros porque llega un momento en que no saben bien qué y cómo piensa el otro y entonces los errores y malentendidos empiezan a surgir tan rápidamente como crece la mala hierba.


Algunas personas adolecen de una notable apatía del lenguaje o pereza por hablar mejor, por usar los sustantivos adecuados o los verbos que se refieren a la acción de la que hablan. Otras creen que hablar tan bien o preocuparse por ello no tiene la menor importancia porque creen poder comunicarse igualmente sin tanto esfuerzo:

-Bueno ya, pero tú me has entendido, ¿verdad?

-Sí, creo que te he entendido, pero podría haberte entendido mejor con muy poco esfuerzo más por tu parte. Por cierto, no soy yo quién debe hacer el esfuerzo por entenderte sino tú por explicarte para hacerte entender por mí.

En otras he observado lastimosamente hasta vergüenza por hablar bien permitiendo que su discurso se llenase de todo tipo de vulgarismos extempóreos, como si se vieran verdaderamente ridículos preguntando:

-Por favor, ¿te importaría acercarme la fuente de la ensalada de canónigos y endivias para servirme en el plato?

En vez de:

-Oye, dame el cacharro ese para echarme un de eso como se llame.

También he sido testigo de incómodas risitas y miradas sorprendidas frente a discursos muy correctos como si hubieran oído hablar a alguien petulante sacado de otra época pasada preocupado por algo que no les vale la pena a ellos. En fin, también sabemos de siempre que la ignorancia es muy osada y llega a cegar el raciocinio de las personas. He aquí uno de los males endémicos que enferman gravemente hoy día a nuestra sociedad: la ignorancia consentida.

Atrevámonos a hablar bien, al menos, a hacer el esfuerzo de hablar correctamente empleando los vocablos que mejor definen lo que pensamos y lo que queremos expresar a los demás. Seamos capaces de intentarlo, no perdamos la oportunidad de comunicarnos mejor, allá los que prefieran conformarse con la mediocridad. Si con el paso de los siglos hemos logrado alcanzar este hermoso lenguaje nuestro que se llama Castellano, usémoslo y saquemos de él todo el beneficio que podamos y, por supuesto, hagámonos merecedores de este antiguo y valioso legado.



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