martes, 10 de julio de 2012

La indefensión aprendida

Ricardo es un biólogo de 30 años que lleva 4 años trabajando para una compañía del sector de la bioingeniería. Su trabajo está muy valorado y está muy contento viendo que es útil para su organización y que la dirección de la empresa cuenta con él por su esfuerzo y resultados. Además, el trato con todos los compañeros de plantilla es excelente reinando una gran armonía entre todos ellos. Sin embargo un buen día le comunican que está despedido, que alguien que se encuentra en una ciudad lejana a la suya o incluso en un país distinto al suyo decide, por determinadas razones, que no debe continuar en la empresa. Alguien a quien no conoce ni va a conocer nunca. Ricardo no entiende por qué le está pasando esto a él y de repente todo aquello en lo que creía se desvanece sin que pueda hacer nada por evitarlo. La próxima vez que vuelva a trabajar en un sitio agradable con un sueldo digno, desempeñando una tarea satisfactoria y con buen ambiente de trabajo, Ricardo no se encontrará tan tranquilo como antes, nada será igual y habrá siempre cierto temor en su interior por que todo se pueda ir al traste en cualquier momento. Eso es la indefensión aprendida. Sentir que por muy bien que hagamos nuestro trabajo, por muy bien que aparenten ir las cosas, por muy bien que todo funcione, cualquier día por circunstancias absolutamente ajenas a nosotros y lejos de nuestro alcance, nuestro equilibrio se puede ver truncado sin sentido alguno. Es sentir que a pesar de todo lo bueno que podamos poner de nuestra parte, nos encontramos indefensos ante decisiones que toman otros por nosotros sin que podamos hacer nada por defender lo nuestro. Como resultado, el sujeto aprende que sus respuestas y los reforzamientos son independientes, llevándole a un estado de incapacidad percibida de resolver las situaciones de amenaza. La indefensión tiene lugar cuando se pierde el control de las consecuencias del propio comportamiento.

Esa es la crueldad de la indefensión aprendida que socava nuestras aspiraciones y nuestras ganas de hacer las cosas bien, genera una tremenda inseguridad e incertidumbre que en nada favorecen que las personas piensen en proyectos de vida a medio o largo plazo. Hoy estás aquí y mañana no. Así de dramático y claro. Al final terminamos preguntándonos si verdaderamente el trabajo y el esfuerzo son realmente valorados, y si vale la pena dar tanto para que, sin razón aparente, nos expulsen de nuestro espacio de trabajo. Vivimos actualmente en un mundo en permanente cambio que cada vez tiene menos en cuenta al hombre como ser vivo emocional. No sólo es necesario que el hombre tenga un puesto de trabajo con el que ganarse la vida en un entono saludable, sino que además es imprescindible respetar su equilibrio emocional que viene determinado por la confianza hacia los que le rodean y sus vínculos afectivos.

Se trata de un tecnicismo propio del campo de la psicología que, desde un tiempo a esta parte, se encuentra de actualidad aplicado a los nuevos hábitos de consumo en los mercados laborales que se han ido afianzando poco a poco en los últimos 20 años. En resumidas cuentas hace referencia a un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente sin poder hacer nada, y que no responde positivamente a pesar de que existan oportunidades para ayudarse a sí mismo, evitando las circunstancias desagradables. Está comprobado que puede llegar a estar relacionado con depresiones clínicas y otras enfermedades mentales que son fruto de la percepción de la ausencia de control sobre el resultado de una situación.


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