viernes, 20 de enero de 2012

Destierros...

Sé quién eres, condena, te conozco,
llevas tu traje oscuro de siempre
y ese pañuelo blanco de seda al cuello.

Sigues siendo bella y atractiva,
pero hieres con tu sola presencia
porque aterran tus susurros
y eres frágil muerte en la vida,
campo quemado, tierra estéril
donde nada crece y todo muere.

Vienes otra vez a verme, llegas
esta vez para que no te olvide
y entienda que eres una visita
cualquiera, un día de estos
de tu eterna existencia.

Has venido en silencio sin llamar
a la puerta cerrada de mi casa,
pero he sabido que entrabas
porque la última vez que estuviste
te dejabas trozos de tu coraza.

Quieres contarme tus cosas,
las mismas cosas de siempre,
tus horribles y pesados relatos
surgidos de lo más sagrado
de tus profundas artes fatales
y no has cambiado en nada.

Vienes a recordarme orgullosa
que nunca has querido a nadie
y dudas de tu propio corazón
porque no sabes del amor,
tú nunca has sabido del amor.

Vas a confesarme que te arrepientes
de no haber padecido antes heridas
sangrantes en la piel para
entender lo que significa perder
el alma detrás de un tesoro robado,
o un imperio de sentimientos.

Vienes a decirme lo triste y sola
que te encuentras pasados los años
de sonrisas y triunfos vitales,
que no te quedan más carcajadas
viendo el sufrimiento de los hombres
ahogados en rancia y ocre hiel.

Vas a explicar lo que has vivido
estos últimos siglos de pavor
cuando todo aparentaba derrumbarse
a tu paso, y que aún resistes en pie
a pesar de lo fuerte y poderosa
que pareciste ante toda tu gente.

Todo eso y más, querrías contarme
ahora que los años han pasado
y tantos recuerdos han cambiado.

Aquí me hallas, vivo y casi exhausto
tras el duro paso de tu sombra,
después de haber conocido batallas
de final a veces inalcanzable.

Aquí estoy, dama del desastre,
reina de tan crueles infamias,
maquiavélica mente de acero,
abogada injusta, terror innombrable.

No creas que voy a olvidarte, no.
No temas, no te desterraré.
Pero tampoco voy a escucharte, condena,
no voy a prestarte un segundo
de mi tiempo ni lo que me queda de vida
que siempre han sido más míos que tuyos.

Abandona este páramo de viejas letras,
leal refugio de mis fatigas,
busca otro lugar para tu descanso.
¡Aléjate de mi lado, ponzoña!

¡Adiós, parca solitaria!

No hay comentarios:

Publicar un comentario