martes, 2 de marzo de 2010

Recordando a Antonio Susillo y su obra

Mayo de 2005


Honran, encumbran y ennoblecen a Sevilla la diversidad y abundancia de hermosos edificios, plazas y monumentos que constituyen un patrimonio inigualable tanto para sus habitantes como para los que tienen el placer de recorrer sus calles como turistas. Esta Sevilla de tantos rincones evocadores debe mucho a la pléyade de artistas que pasaron por ella y dejaron su obra en el pasado. Uno de estos virtuosos es el personaje al que dedicamos hoy estos apuntes biográficos.

Antonio Susillo Fernández, escultor romántico, nació en Sevilla en 1857. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de París y en Roma. Durante su carrera, marcada por el ambiente modernista de su estancia en París, obtuvo numerosos premios destacando los segundos de la Exposición Nacional de 1887 y 1890.


Su obra es descriptiva, modernista y de carácter realista. Restauró a la Virgen de la Amargura y le talló nuevas manos en 1893 tras el incendio que sufrió el palio a la altura de la Plaza de San Francisco y, entre otras obras, es el autor de los monumentos en Sevilla a Daoíz (1889), Velázquez (1892), Miguel Mañara (1896) o las esculturas de sevillanos ilustres del Palacio de San Telmo (1895), sin olvidarnos del Cristo de las Mieles (1880) y el conjunto monumental dedicado a Cristóbal Colón en la ciudad de Valladolid.
Antonio María Felipe de Orleáns y la infanta María Luisa Fernanda, Duques de Montpensier, fueron personajes muy relevantes en el siglo XIX, sobre todo en Sevilla, donde impulsaron el florecimiento de las letras y las bellas artes además de dejar en pleno auge la Semana Santa con la ayuda y fomento de las Hermandades así como del Santo Entierro Magno, y un legado arquitectónico como es el Palacio de San Telmo.

Desconocemos cómo se conocieron Antonio Susillo y los Duques, pero sí podemos suponer que debió ser una profunda y sincera amistad a juzgar por lo pronto que su obra pasó a ser protegida por el matrimonio aristócrata, especialmente por la duquesa. Tan es así, que durante el periodo de tiempo que pasaron los Duques en Sevilla le fueron encargados diversos trabajos que, quizá de otro modo no habrían visto la luz jamás.

Como ya se sabe, los Duques se instalaron en el Palacio de San Telmo que anteriormente había sido Universidad de Mareantes, donde se formaban los jóvenes como pilotos y marinos para la carrera de Indias. Al convertirse en residencia, el Palacio fue objeto de una importante reforma a la que se debe la construcción de la fachada septentrional, la que da a la calle Palos de la Frontera, dedicada a una serie de personajes vinculados a la historia de Sevilla, sevillanos ilustres nativos o de adopción representados en esculturas talladas a tamaño natural en piedra artificial. Fueron encargadas por la duquesa a Antonio Susillo, y se realizaron en 1895. Representan a las siguientes personas:

 Juan Martínez Montañés, escultor que porta en una mano la cabeza de un Cristo.
 Rodrigo Ponce de León, Marqués de Cádiz y capitán general de la Reconquista de Granada que está apoyado sobre una enorme espada.
 Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pintor, con sus pinceles y paleta.
 Miguel Mañara, caballero, filántropo fundador del Hospital de la Santa Caridad, llevando en brazos a un desahuciado de la vida.
 Lope de Rueda, dramaturgo, inventor de los entremeses -pequeñas piezas entreactos teatrales.
 Diego Ortiz de Zúñiga y de Alcázar, embozado en su capa, escritor e historiador sevillano; escribió entre otras obras, Anales eclesiásticos y seculares de la ciudad de Sevilla (1677), que es una importante historia de nuestra ciudad.
 Fernando de Herrera, portando una lira, uno de los poetas más importantes del Siglo de Oro.
 Luis Daoíz, militar, héroe del 2 de mayo de 1808 junto con el cántabro Velarde, con un sable desafiando al viento.
 Benito Arias Montano, humanista y teólogo, consejero de Felipe II, portando un libro.
 Bartolomé Esteban Murillo, pintor, situado junto a un gran cartapacio de dibujos.
 Fernando Afán de Rivera, duque de Alcalá que luchó en la Reconquista, con adarga y armadura.
 Fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas, México, y protector de los indios, protegiendo a un pequeño indígena.

Llama la atención que todos son sevillanos de nacimiento menos tres, Arias Montano de Fregenal de la Sierra; Rodrigo Ponce de León de Cádiz y Juan Martínez Montañés de Alcalá la Real, si bien vivieron en algunas etapas de su vida en Sevilla, la ciudad que finalmente les vio morir.

Más llamativo aún es que prácticamente es un monumento a un Siglo de Oro sevillano, pues todos, menos cinco, vivieron en el siglo XVI, abarcando todas las artes y humanidades. Las cinco excepciones son Ponce de León que vivió en el siglo XV, Ortiz de Zúñiga, Murillo y Miguel Mañara en el siglo XVII, y el más "moderno", Daoíz, en el siglo XVIII, principios del XIX.

Conviene recordar que seis de estos ilustres personajes tienen estatuas repetidas en Sevilla, Bartolomé de las Casas (un bajorrelieve al pie del Puente de Triana y un busto en la fachada del Museo de Carruajes), Martínez Montañés, Murillo, Velázquez, Daoíz y Miguel Mañara, siendo estas tres últimas obras del mismo Antonio Susillo a las que posteriormente nos referiremos. En 1893, la Infanta Mª Luisa cedió a la ciudad de Sevilla los terrenos en los que se localizaban los jardines del Palacio de San Telmo. Como agradecimiento, el Ayuntamiento acordó que el parque de Sevilla llevara su nombre y además erigir una estatua conmemorativa. La obra fue encargada a Antonio Susillo, que presentó su proyecto en ese mismo año, pero su construcción se fue dilatando en el tiempo por los problemas económicos del Ayuntamiento, los informes desfavorables de la Real Academia de Bellas Artes y lo más grave, la muerte del propio Susillo.

La obra definitiva se inauguró en 1929, siendo su autor el escultor Enrique Pérez Comendador. Se trata de una figura compacta de la Infanta en piedra, con una rosa en su mano izquierda. Esta figura fue trasladada en 1972 a Sanlúcar de Barrameda, ciudad en la que poseía finca con su marido y en la que dejaron notable huella, y fue sustituida por una copia de la original en bronce que es la que hoy podemos contemplar en el parque.

En los jardines situados frente a la entrada principal al Hospital de la Santa Caridad, felizmente recuperados para la ciudad después de años de absoluto abandono, nos recibe la extraordinaria efigie dedicada a Miguel Mañara Vicentelo de Leca, fundador de dicho Hospital. Obra póstuma de nuestro genial artista, realizada en 1896, año en el que murió, que se encuentra sobre magnífico pedestal de mármol, obra del marmolista Manuel García Lama.

Todo un ejemplo de caridad cristiana reflejada en la actitud del protagonista al sostener en sus brazos a un pobre enfermo indigente al que sólo parece quedarle en el mundo el gesto altruista de Mañara que generosamente aparenta acercarle a su Hospital para poder asistirle. Se trata de una obra absolutamente realista. Mañara va perfectamente ataviado a la usanza de la época en que vivió. Cubierto con capa aparece también tocado con sombrero y portando una espada cruzada por detrás, manteniendo un paso firme y decidido a la vez que su gesto le delata convencido de la tarea que está emprendiendo: llevar la carga ligera que supone el prójimo necesitado. Escena emotiva capaz de llegar al corazón por la carga de generosidad y entrega cristiana que representa, la cual, por otro lado, no es más que la expresión de lo que Miguel Mañara recordaba a los hermanos de la Santa Caridad cuando les decía que al encontrarse a un pobre enfermo en la calle no olvidaran que debajo de aquellos trapos estaba Cristo pobre, su Dios y Señor.

Curiosamente esta escultura y la del Palacio de San Telmo son muy parecidas en todos sus aspectos excepto en que el desahuciado que lleva en brazos Miguel Mañara aparece dispuesto en un lado distinto de su regazo.

Se estrena la escultura dedicada al Capitán Luis Daoíz Torres en 1889. Ubicada en el centro del bello espacio público conformado por la Plaza de la Gavidia, se encuentra dispuesta sobre pedestal de mármol de Cabra. Tiene esculpidos dos bajorrelieves en bronce que representan la escena del heroico combate contra los franceses ocurrido en la capital del reino el 2 de Mayo de 1808, así como la agonía de Daoíz. Rodeando al pedestal hay una elegante verja de bronce de forja, cuyas columnas imitan 16 cañones coronados por bombas. El conjunto tiene algo más de 3 metros y medio de altura. Los bajorrelieves y cañones que rodean al monumento fueron fundidos en la Fábrica de Artillería de Sevilla. Así mismo, los cañones son réplica de los usados en aquel histórico día, y en cada uno de ellos aparecen los apellidos de todas las personas que intervinieron en la consecución del monumento, así como grabado en uno de ellos el día y autoridades de su inauguración. Se le puede considerar uno de los mejores monumentos públicos de Sevilla.

Preside la Plaza del Duque de la Victoria la figura de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, el llamado Pintor de la Verdad. Fue realizada en bronce y fundida en los sevillanos talleres de Ojeda e inaugurada en 1892 concretamente el 9 de Octubre. Quedó ubicada sobre pedestal obra del entonces arquitecto municipal Juan Talavera de la Vega. Junto con la dedicada a Daoíz, comentada antes, fue ésta de las primeras esculturas, erigidas en Sevilla. Aparece Velázquez portando en sus manos pincel y paleta dispuesto a tomar una pincelada de color y continuar alguno de sus célebres cuadros.

Fundido en bronce en 1880 para presidir la glorieta principal del Cementerio de San Fernando de Sevilla, el Cristo de las Mieles estremece al visitante. De características barrocas, está considerado de las mejores imágenes cristíferas por su perfección artística. Bajo el Cristo, el monte de rocas a modo de Gólgota hace las veces de tumba del escultor.

El nombre del Cristo proviene del suceso que presenciaron numerosos visitantes al cementerio, que vieron cómo del pecho y boca del Cristo, manaba miel. Lejos de ser un milagro, fue obra de las abejas, cuyas colmenas pueblan distintas zonas del campo santo sevillano, como también ocurre en una de las ánforas del pórtico de entrada al mismo.

La interpretación de Susillo nos permite contemplar a Nuestro Señor Jesucristo todavía vivo con la cabeza y la mirada alzadas en actitud de diálogo con el Padre al que parece encomendarse a la vez que solicitarle prontitud en la consumación de su pasión y muerte con la boca entreabierta. Llama la atención la postura de los pies nada común: el derecho está apoyado en el suppedaneum o tablilla donde apoyar los pies, mientras que el izquierdo se encuentra clavado en el stipes o travesaño vertical de la cruz, ligeramente escondido detrás de la pierna derecha. Las manos abiertas completamente y la musculatura de todo el cuerpo en tensión insinúan el momento de angustia y desesperación que padece nuestro Redentor. De nuevo nos encontramos ante una obra tremendamente realista que sugiere los más diversos sentimientos de compasión, piedad y ternura. Magnífica y admirable esta obra que no puede dejar indiferente a quien la observa.

En la ciudad castellano-leonesa de Valladolid, al final del paseo de los Filipinos, encontramos el monumento a Cristóbal Colón, en la Plaza del mismo nombre. Había estado destinada esta obra a la Plaza de la Catedral de La Habana pero tras la derrota de 1898 se frustró el proyecto y volvió a España instalándose definitivamente en Valladolid en 1905. De estructura piramidal, consta de dos partes, hallándose en la superior Colón sobre un barco y la alegoría de la Fe. En la inferior hay esculturas y relieves alusivos a la partida a América, llegada y regreso a Granada.

Susillo abandonó prematuramente este mundo en 1896. Contaba sólo 39 años. Sobre la versión de su muerte hay dos leyendas, una indica que su trágica muerte fue el resultado de la depresión que se apoderó del escultor a la muerte de su esposa y en otra se dice que dicha depresión fue debida al cambiar la posición de los pies en el Crucificado de las Mieles, bajo el cual, se ha dicho ya, descansan los restos mortales del escultor, circunstancia ésta en la que seguramente tuvo algo que ver su leal amiga la Infanta María Luisa.

Lo cierto es que su vida acabó inesperada y repentinamente por suicidio en su ciudad natal, lo cual motivó que el cardenal de Sevilla, a pesar de ser amigo cercano a Susillo, considerara improcedente otorgarle cristiana sepultura. Ante esta situación, su protectora, la Duquesa de Monpensier, acudió presta a Palacio solicitando audiencia con el arzobispo, cargo ocupado a la sazón por el beato Marcelo Spínola y Maestre que fue pastor de la Iglesia de Sevilla de 1896 a 1906. Según parece, tras un encuentro cordial y pacífico, la situación se resolvió a favor del difunto y éste pudo recibir cristiano entierro a los pies de su Cristo de las Mieles como se ha señalado anteriormente. El principal argumento de la Duquesa ante el prelado fue la imposibilidad que todos tenían de saber si en el último momento Susillo pudo haberse arrepentido del acto que cometía. Esto fue suficiente para convencer al cardenal. Y es digno apuntar que este gesto convirtió a la Duquesa en pionera del razonamiento al que recurre hoy la Santa Iglesia Católica para poder conceder sepultura cristiana a los suicidados, es decir, observar la duda de si el fallecido ha sufrido locura transitoria o si en el último momento se ha podido arrepentir de sus actos.

Entre sus discípulos hay que destacar al insigne Castillo Lastrucci que nació en la calle Quesos 36, hoy calle Antonio Susillo, en el domicilio de la familia que se encontraba justo frente a la vivienda taller del que sería su primer maestro, al que desde muy joven asistía para aprender modelado. Con el paso de los años se convertiría en uno de los imagineros fundamentales para entender la Semana Santa actual de Sevilla.

No cabe la menor duda de que Susillo, maestro escultor sevillano, dejó en herencia a la ciudad su saber y su genio plasmados en estas obras que hemos repasado. A pesar de su corta vida, mucho debe reconocer y agradecer Sevilla a este personaje que perteneció a una época pasada. Tiempos de romanticismo a la vez que de modernismo en los que el arte y el lenguaje humano de los sentimientos se expresaban de otra manera, con otro estilo. Afortunadamente nos quedan estas bellas muestras, para entender a aquellas personas que pasaron dejando huella indeleble. Sirvan estas líneas como merecido recuerdo, verdadero homenaje y honda gratitud del pueblo de Sevilla.

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